Debatir en torno a la relevancia y papel preponderante de la educación en la sociedad pudiera parecer retórico; sin embargo, en tiempos de incertidumbre y constante cambio, este discernimiento sigue revistiendo especial importancia. Educación y avance han sido, desde los albores de la humanidad, elementos corresponsables de la transición y el progreso, por lo que vislumbrar la sociedad y su constante evolución sitúa a la educación como la responsable de la llave maestra que abre puertas al futuro. Por tal motivo, ha sido considerada un aprendizaje permanente, en el que se asume como misión principal la formación integral del ser; en consecuencia, debe disponer de procedimientos y técnicas idóneas para cumplir su cometido. Ya lo mencionaba Novak (1988, p. 180): «Educar es una actividad compleja, y debemos ser flexibles al decidir cómo construir e interpretar los acontecimientos educativos». El reto está en impulsar cambios con una visión prospectiva, que dirija a las instituciones educativas hacia nuevos horizontes, nuevos espacios de inspiración donde los procesos de enseñanza y de aprendizaje se conviertan en experiencias realmente significativas y contextualizadas, con miras a dar respuestas a las necesidades y requerimientos propios del tercer milenio.